Ansiosa espero la primera palabra con sentido del niño. En mi interior anhelamo que sea yo la elegida por él para iniciarse en los oscursos y misteriosos meandros del lenguaje. Está claro que en público no opino así y pregunto indistintamente por papa, mama, abuela y tata. Incluso le hablo de la mano, la oreja, el ojo o el diente. Y tengo pesadillas en las que decide lanzarse a dar trabajo a la sin - hueso cuando yo no estoy en casa.
Y un día, le pregunto "¿Quién soy yo?" y sale de su boca "ata". ¿Quien es ata? Una desconocida ha suplantado mi papel y me ha ganado la batalla. Tras de mi, su padre repite la pregunta. Ata. Comienzo a hilar los hechos. Las manos son ata, las naranjas son ata, los abuelos son ata y el perro de juguete es ata. Pasado el disgusto me pongo en el lugar de mi niño y comprendo su desesperación, al intentar comunicarme su sed y sólo poder decir ata. En fin, lo dicho, ata.